Siempre hay algo que podemos hacer mejor. Esforzarnos para ser mejor hija, mejor hermana, mejor amiga, mejor madre, mejor profesional… En definitiva, ser mejor persona.
Pero llega el día en que esforzarse no es suficiente. No hay límite, y nunca está suficientemente bien para mí. No necesito la aprobación de nadie para saber que no es perfecto. Y vuelvo otra vez a ponerme metas, a menudo las mismas.
«No necesito la aprobación de nadie para saber que no es perfecto. Y vuelvo otra vez a ponerme metas, a menudo las mismas.
Me gustaría cerrar los ojos y sentir: ¡Ahora sí, está perfecto!
A quién quiero engañar. La perfección no existe. La naturaleza es savia como para haber creado cada paisaje y cada ser vivo completamente diferentes. Cada uno con sus encantos y sus imperfecciones que lo hacen único.
Lo sé, esta es la reflexión que la mente sabe y entiende, pero… ¿Por qué no está integrada en mí? He tardado tiempo en descubrir quién es la única responsable de mi perspectiva. Mi autoexigencia… En definitiva, mi autoestima.
Ha entrado un rayo de luz por la brecha de mi caparazón y ahora necesito romperla y surgir de nuevo con todo lo aprendido. ¿Pero qué me pasa? Algo me impide avanzar. ¿El qué? ¡No lo sé! Empiezo esta nueva etapa con miedo, con creencias que me limitan y sobretodo la mano preparada para poner el piloto automático que me llevará a mi zona de confort.
Cojo aire, alejo la mano del piloto automático y me rodeo de personas que quiero y me quieren. ¡Adelante!