Aprender a caminar de nuevo. La vida le regaló el más largo de los silencios. De éste aprendió a escuchar más allá, inmóvil bajo la mirada de todos y de ninguno. Un rumor, suave, al oído. Un hilo de luz que la cubría. Así se sintió i vivió 67 días de vida.
Un pequeño susurro fue suficiente en aquel preciso instante para dejar de soñar y despertar en un nuevo mundo. Abrir los ojos lentamente. Escuchar las voces que durante tiempo te habían acompañado. Unas conocidas, otras ahora también.
Nos reconoció. “Sí, soy yo”.
Palabras entrelazadas que se convertían en trabalenguas. Nada tenía sentido. Todo se transformaría en un reto.
Escuchar. Observar. Hablar. Moverse lentamente. Y… Un grito resesperante. «Dime: ¿Qué me ha pasado?» Yo no estaba. No podía responder.
Profesionales, familiares, amistades… Ahora tocaba el momento más difícil. Ella.
En silencio, a su vera. Me tiró de la manga del jersey. Y entre lágrimas: «Ahora sí, por favor».
«Aceptaba como era en su ayer, en el pasado. Ahora necesitaba aceptarse en el hoy, su presente»
Levanté de manera sutil esa sábana. La miré a los ojos y un intento de sonrisa nos hizo cómplices. Miedo. Inseguridad. Pánico. Rabia. Tristeza. Desesperación. Rechazo. Todo eso, bajo una mirada perdida de incertidumbre.
Aceptaba como era en su ayer, en el pasado. Ahora, necesitaba aceptarse en el hoy, en el presente. Lucharía por aceptarse en el mañana, el nuevo futuro.
Quererse formaba parte de su proceso. Y ahora más que nunca.
Aprender a convivir en esta nueva vida no es una tarea fácil. No lo puedes hacer sola.
Ahora avanzamos juntas. Y como tu dices: «Unos sobre ruedas, otros sobre pies».
